La Cripta, un espacio de gran espiritualidad

29 Mar

Una Crónica para Mons. Romero

Hoy en día la imagen de Mons. Romero es símbolo de nuestra gente. Foto de: Iván Escobar

Hoy en día la imagen de Mons. Romero es símbolo de nuestra gente. Foto de: Iván Escobar

Por: Iván Escobar

Mientras el silencio en Catedral Metropolitana se rompe por un repentino saludo de las personas. Los gritos de un comerciante informal que pasa por la zona o el ruido producto de los motores de automóviles que circulan por las calles aledañas, el paso de los feligreses no se interrumpe, y siguen afanosos hasta cruzar las puertas de madera que separan la parte central del templo con la cripta del principal templo de la capital de San Salvador.

Diariamente hombres, mujeres, personas de todas las edades, familias completas, obreros,  extranjeros y nacionales bajan los escalones que les llevan a su interior, principalmente hasta el lugar donde descansan los restos de Mons. Oscar Arnulfo Romero.

A cada una de las dos entradas al templo, estos días es habitual encontrar muchas personas comercializando todo tipo de recuerdos alusivos a la figura de Mons. Óscar Romero. Su rostro se multiplica en cada camiseta, portadas de libros o discos que en su mayoría contienen sus homilías, en llaveros, posters, calendario, cerámicas, cruces o fotografías que se venden desde $0.50 centavos de dólar hasta $10 dólares o más, dependiendo el producto que comercializan.

Son un poco más de las nueve de la mañana. El interior luce vacío, es domingo. Poco a poco el número de personas se incrementa, estamos en la víspera del XXXV aniversario del asesinato de Mons. Romero, un hombre religioso que nació en el oriente del país, y que hoy El Vaticano, está próximo a beatificar, luego de un prolongado proceso en la iglesia Católica.

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No obstante, a este anuncio que se ha dado en el primer trimestre de este año por parte de El Vaticano, desde hace muchos años, los feligreses católicos que siguen a Mons. Romero, ya lo consideran santo. De hecho, es llamado “San Romero de América”, pues su figura es universal, y representa hoy en día al pueblo salvadoreño, a ese pueblo pobre y marginado que él tanto defendió desde su posición como máximo jerarca de la iglesia Católica, en los primeros años de la guerra que sufrió El Salvador.

Como todos los años, y en particular en el mes de marzo, son muchas las personas que llegan hasta la cripta de Catedral para rendirle tributo a Mons. Romero, ante su tumba. La misa esta próxima a iniciar, durante nuestra presencia en la cripta, en donde han acudido muchos feligreses que además de llevar ramos de flores, orar ante el mausoleo de Mons. Romero y dejar un mensaje o una vela encendida, como signo de veneración, agradecen con su visita los favores y bendiciones recibidas en el último año.

La paz en el lugar es tal, que muchos se sientan al costado de la imagen de Mons. Romero y dan gracias a Dios por permitirles llegar hasta el lugar. Una anciana entra a la cripta, sus rodillas se doblegan ante la imagen de Mons. Romero, y coloca sus manos en la fría escultura, que hoy luce con arreglos florales.

Misa en la Cripta de Catedral. Foto de: Iván Escobar

Misa en la Cripta de Catedral. Foto de: Iván Escobar

El monumento es una obra del artista italiano, Paolo Borghi, quien recreó una estructura bañada en bronce, representando a Mons. Romero que duerme entre los cuatro ángeles, símbolo de cada evangelio de la biblia.

La misa ha iniciado, y una de las colaboradoras recuerda a los asistentes que cada domingo desde hace 16 años la celebración religiosa es una constante, y un lugar en el cual se estudia el pensamiento de Mons. Romero. Los responsables de mantener la tradicional homilía, es la comunidad de la Cripta.

Además comparte con los asistentes que la fecha escogida por El Vaticano para beatificar a Mons. Romero, coincide con el XVI aniversario de la primera homilía en la Cripta de Catedral. A este momento ya suman más personas en el lugar, además de los feligreses que llegan a cada instante para venerar a Mons. Romero.

Mons. Romero, fue asesinato el 24 de marzo de 1980. Estaba celebrando una misa en la capilla del hospitalito de la Divina Providencia, en esta capital, cuando un franco tirador le impactó una bala en el corazón que de inmediato terminó con su vida. El crimen es atribuido a los escuadrones de la muerte y sectores radicales de derecha, según investigación del Informe de la Comisión de la Verdad, y en donde se señala como autor intelectual del magnicidio al Mayor Roberto d´Abuisson, fundador de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).

Hoy en día, Mons. Romero es la imagen más emblemática de los salvadoreños. De los jóvenes, de las mujeres, las personas de la tercera edad, de los pobres, de los sectores excluidos, por los cuales un día él ofreció su vida, y consciente de los peligros que corría, cada domingo desde el púlpito denunció las injusticias, señaló a los responsables de las violaciones a los derechos humanos, y les pidió respetar la vida. Así lo reiteró en su homilía, el 23 de marzo de 1980, cuando pidió que se frenara la represión del pueblo.

Las últimas palabras expresadas por Mons. Romero, aquel 24 de marzo de 1980, cuando celebraba la misa del primer aniversario de la Sra. Sara de Pinto, fueron un verdadero mensaje que sigue vigente. “…Que este cuerpo inmolado y esta Sangre Sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por Doña Sarita y por nosotros. (En este momento sonó el disparo…)”.

Imagen del funeral de Mons. Romero, 30 de marzo de 1980. / Foto tomada de internet

Imagen del funeral de Mons. Romero, 30 de marzo de 1980. / Foto tomada de internet

35 años de la masacre

Apenas seis días habían pasado del crimen de Mons. Romero, cuando se dio uno de los sucesos más dolorosos de nuestros tiempos, la masacre de una feligresía que acompañaba a su pastor, y participaba en el entierro del arzobispo mártir. Las balas cruzaron los cielos de la Plaza Cívica, en el corazón de la capital, entre la Catedral, el Palacio Nacional y la Biblioteca, cuando el desparpajo de personas y religiosos buscaban resguardarse ante una nueva agresión.

Fuerzas del ejército y grupos de seguridad de la época intimidaban a un pueblo valiente, que entre su dolor por la muerte de Mons. Romero, reclamaban públicamente por la justicia.

35 años han pasado y estos crímenes siguen en la impunidad. Ya que además del cobarde asesinato de Mons. Romero, las mujeres, hombres, ancianos y niños que murieron en esta masacre siguen impunes, los asesinos y quienes les ordenaron reprimirles nunca fueron juzgados, mientras sus familias y sobrevivientes siguen recordando con dolor la fecha.

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