Por: Iván Escobar
La historia escrita por los criollos hace más de 200 años, no incluyó a las mujeres que contribuyeron a los procesos de lucha contra la corona española, también se dejó de la lado el aporte de las poblaciones originarias y afrodescendientes que en la región libraron batalla contra el yugo español, es la conclusión del Foro: “Las otras historias de la independencia”.
Representantes de diferentes sindicatos aglutinados en la Confederación Nacional de Trabajadores Salvadores (CNTS), desarrollaron recientemente, este foro en el cual revelaron datos históricos relacionados a la lucha independentista, propios del proceso del 15 de septiembre de 1821 cuando se dio la firma del acta de Independencia centroamericana. Aunque datos posteriores, hacen ver que la verdadera independencia se logró en el año 1823, cuando se da una nueva firma, y la materialización del proceso libertario.
Rafael Moreira, en una primera parte del foro destacó el tema: “Movimientos Unitario de Independencia”, en el cual habló de la lucha mundial que se cernía años previos a los procesos independentistas en el continente Americano.
Moreira enfatizó que uno de los problemas que hoy tienen las nuevas generaciones es la confusa comprensión de los procesos de lucha, se ha negado por mucho tiempo el aporte de hombres y mujeres, por el hecho de pertenecer a poblaciones originarias, y población afrodescendiente, los cuales han sido marginados y excluidos por las sociedades criollas. Incluso en pleno siglo XXI estos grupos poblacionales, siguen siendo marginados en El Salvador.
Recordó que entre 1756-1763 se dio la “Guerra de los siete años”, cuando los grandes imperios de la época, comenzaron a repartir el territorio a escala mundial, en ese entonces, la pelea era por el oro y la plata, no se contemplaba aún el saqueó en el nuevo continente.
Es hasta después del Tratado de París en 1763 cuando comienzan los imperios europeos a interesarse en el nuevo continente, siendo España el mayor reino empeñado en someter a los nuevos pueblos, desatando la ola de resistencia, y siendo Haití la primera nación del caribe que en 1804, “donde se da la primera revolución en América”, recordó.
En este proceso de resistencia, la historia se negó a dar crédito a grandes figuras libertarias en los pueblos de América, que antes de los “procesos” de los criollos, ya peleaban por los derechos de los suyos, como: Hatuey, líder guerrero en Cuba, quien fuera quemado con una cruz por su grito de resistencia, en 1512; Atahualpa, en Perú, considerado el último soberano inca; Tupac Amaru, entre otros que fechas posteriores o nuevas generaciones de historiadores les han dado el lugar indicado, y que la “historia oficial” los ocultó.
Igual situación o marginación sufrió la mujer, un ejemplo que Moreira citó es que en toda la identificación histórica de próceres, todos son hombres los que prevalecen, y fue Nicaragua, el primer país que incluye en su listado de próceres a una mujer, está era María Dolores Bedoya; y no se le dio el valor tampoco al prócer Pedro Pablo Castillo, quien “fue el impulsor de la verdadera revolución”, en 1814 y que le costó prisión, exilio y muerte en el extranjero por desafiar al sistema de la época.
Moreira comentó que Castillo, era mulato y de oficio cohetero, es decir, emergía de la esencia obrera del pueblo, razón por la cual fue uno de los motivos para no ser visto de igual forma por la sociedad criolla, como a sus demás compañeros de origen español.
El rol de la mujer en la independencia centroamericana
Los roles de la mujer en Mesoamérica, en el siglo XIX, eran: el de madre, esposa y cuidadoras. Este conjunto de acciones de la mujer en la sociedad de entonces, se le conocía como: “Oficios Mujeriles”, compartió la sindicalista e investigadora, Sonia Viñerta.
Viñerta discernió el tema: “Historia de mujeres protagonistas de la Independencia”, basándose en el libro del historiador Carlos Cañas Dinarte, de 2010, que aborda el papel de las mujeres en el proceso independentista entre 1811-1814.
En este contexto, la expositora recordó que en 1811, participaron activamente mujeres como: María Madrid, Francisca de la Cruz López, María Bedoya de Molina, Dominga Fabia Juárez de Reina, Úrsula Guzmán, Gertrudis Lemus, Francisca de la Cruz López, Juana de Dios Arraiga e Inés Anselma Asencio Román.
Ya para los acontecimientos de 1821, tuvieron presencia: María Bedoya de Molina (esposa del prócer guatemalteco Pedro Molina); María Felipa Aranzamendi y Aguilar, esposa de Manuel José Arce; Manuela Antonia de Arce, esposa de Domingo Antonio de Lara; Ana Andrade Cañas, esposa de Santiago José Celis. Todas estas mujeres sufrieron persecución y fueron mal vistas.
Otros casos de mayor agresión fueron contra María Feliciana de los Ángeles y Manuela Miranda, ambas fueron azotadas en castigo por su lucha libertaria. Mientras que Mercedes Castro, Josefina Barahona; Micaela y Feliciana Jerez, fueron fusiladas en plaza pública.
Viñerta recalcó que el problema de la marginación o invisibilización que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia nacional, es propio de que prevalece un sistema basado en una ideología sexista patriarcal. “Esa invisibilización de la mujer pasa en todos los ámbitos porque el sistema y su ideología dominante lo promueven”, enfatizó.
El reconocimiento a la primera mujer prócer en El Salvador, se da en 1975, cuando el Estado reconoce María de los Ángeles Miranda, pero es hasta el presente siglo que el tema ha tomado fuerza.
Otro ejemplo de esta marginación, es que el acta de independencia del 15 de septiembre de 1821, fue firmada solo por hombres, al igual que otras dos que se firmaron posteriormente entre julio y octubre de 1823, cuando se consolida el proceso libertario de la corona española, concluyó.
Con este foro los sindicalistas salvadoreños además de adentrarse en la historia, y romper el patrón de negación que ha imperado en el sistema educativo, que no acepta a las mujeres ni poblaciones originarias como protagonistas de lucha y resistencia en estos procesos históricos, quieren contribuir a que las nuevas generaciones tengan elementos para entender el comportamiento de la sociedad salvadoreña.