(Cuento)
(*)
Todas las madrugadas. Mi sueño es interrumpido al amanecer, a veces son las 3 en otras ocasiones las 4 de la mañana cuando mi mente se activa, al recordar que la justicia no llega para todos por igual, que muchos marcharon a otros planos, no por voluntad propia, sino por el odio, el egoísmo, la maldad de personajes oscuros aprovechándose del poder “supremo” atropellaron y continúan llevándose de encuentro a nuestros ancestros.
Cuentan las historias de muchas abuelas y abuelos que su vida ha sido un calvario, no ha sido fácil enfrentar los retos que se les han presentado, pero también aseguran que con coraje y la guía de los ancestros han sabido superar los obstáculos hasta hoy en día. Saben que la guía del gran espíritu creador y formador de vida, no les abandona, y es la luz en este transitar.
El abuelo sale cada amanecer de su humilde ranchito, ya no de paja ni de ramas quizá como nos los pintaron las historias campestres del pasado, o las ideas que nos dieron de tristeza y melancolía en la zona rural, pero tampoco ha mejorado esa calidad de vida, pues la “casita”, a penas se sostiene de un par de paredes de ladrillos, medio repelladas, completando su entorno un plástico negro sostenido entre alambres, unas ramas y bambús, se planta en medio de la montaña y un pequeño riachuelo, que alimenta los linderos del terrenito, que con sacrificio logró comprar.
Con esfuerzo sobrevive, come lo poco que logra cultivar con sus manos temblorosas, llagadas y sin la fuerza de tiempos de juventud. La soledad es la compañía habitual en el diario vivir o sobrevivir.
De joven dice que se salvó de milagro, “eran tiempos peligrosos”, y en los cuales todos eran vistos con recelo por la autoridad, cuenta mientras observa la tierra que le da vida, que resguarda la semilla de su trabajo, y meses venideros le dará de comer.
Su plática se refiere “a los tiempos del General”, dice; sí aquel que ordenaba cortar los dedos o las manos a cualquier criminal, en particular sospechosos por su aspecto, por su forma de vestir o hablar. Sí, ese general que dicen que “puso orden” en este país y trajo bienestar social, el de las «aguas azules, pues.
El abuelo no sabe mucho de ello, o ya su mente hoy en día no desea regresar en el tiempo ni le interesa recordar. Además, por aquellos inicios de la dictadura del general, apenas tendría unos 9 o 10 años cuando menos, eran tiempos de otra realidad.
Lo que no olvida es que sus tíos ya no los volvió a ver, eran jóvenes fuertes y laboriosos, que un día con su padre las autoridades se los llevaron, acusándolos de pertenecer a una célula comunista, aunque ellos dijeron repetidamente que no sabían que era eso, ni mucho menos entendían el por qué se les capturaba junto a otras personas, cuando lo mucho que sabían eran el trabajo de la comunidad, su herencia ancestral de trabajar codo a codo con otros para sobrevivir la vida.
El abuelo cuenta sus historias, entre intentos de querer olvidar ese pasado, y entre recuerdos vagos se mezclan sus palabras, mientras su atención se centra en el bastón de madera que le sostiene para caminar, ya a sus 92 años solo se limita en decir que: “eran tiempos feos”.
De pronto menciona, que su mamá lo escondía cada vez que andaban por el terreno cerca los de la Guardia, tuvieron que migrar a otro lugar para salvarse de aquellos oscuros días.
También menciona que nunca quiso saber más de aquellos días, pues el miedo los envolvió por años, así que se dedicó a sobrevivir. “Todavía sigo aquí” – pero mientras tanto con su dedo indica que la clave de estar aquí hoy en día, fija su mirada, sus labios se resguardan y pone sobre ellos su dedo a modo de conclusión, es el símbolo del silencio y no reclamo.
Perder a su familia, fue un golpe duro para él y muchos de su generación, sobre todo las mujeres que tuvieron que asumir la responsabilidad de cuidar los hijos, las pocas pertenencias, la herencia ancestral, los saberes, en medio de las noches de pánico y persecución. La madre del abuelo, le enseñó que la vida no siempre es como se quiere, sabe que quienes trascienden “nunca dejan de estar entre nosotros, se quedan aquí para siempre, son nuestra luz”, precisa.
Es así, como el abuelo sobrellevó esta situación por generaciones, hasta los tiempos actuales. Otro de los momentos de dolor que enfrentó, fue a los 15 años cuando murió su madre, y le dejaba la herencia: “Sobrevivir en medio de una tierra bonita, pero también una tierra que muchos la codician con malas intenciones”.
El abuelo, señala que ha trabajado duro, bajo sol y lluvia, la tierra es su base, como lo fue para sus ancestros, aprendió a trabajarla y vivir de ella. “Dinero no tengo, pero a mí el trabajo no me faltó pues logré salir siempre adelante”, dice con orgullo, mientras prepara un cafecito en una taza de aluminio, luego de calentar el agua en la hornilla tilosa por el humo de la leña.
(*) Iván Escobar/Periodista salvadoreño.-