Hoy amaneció muy temprano, Luisito, ansioso abrió los ojos y presuroso dejó la cama para salir del cuarto y confirmar la fecha del día, en el destartalado calendario de números grandes y páginas amarillentas por el paso de los días, que está colocado en la pared del pasillo de su humilde morada. El objetivo era verificar que era diciembre, y que la noche buena llegaría pronto.
Su cuerpo soñoliento aún, pero sus ojos más brillantes que estrella de fría noche, aceleran sus pulsaciones cada vez más cerca de la festividad.
Sus hermanitos, Lucas, el más pequeño; y Lupita dos años menos que él, abrazaban las colchas y almohadas, mientras la brisa fría de la mañana golpeaba la lámina del techo, mientras corrían los vientos decembrinos.
Su madre desde muy temprano en la madrugada comenzaba a prepararse para ir al trabajo. Papá era el gran ausente en esta familia, desde que Luisito cumplió un año, jamás se supo nada de él. Hoy Luis ya cumplió los nueve años; Lucas, tiene cinco; y Lupita llegó a los siete años.
Su madre trabaja en una maquila, instalada en la zona franca al sur de la ciudad capital; ellos viven en una zona cercana, pero con muchas limitantes, y difícil acceso a servicios básicos, aunque viven en gran armonía familiar.
La mujer logró conseguir el empleo en este lugar, luego de muchos meses sin trabajar, pero con ayuda de una vecina obtuvo la plaza, en la cual gana $8 dólares diarios, y trabaja más de 12 horas. Su horario la obliga a estar antes de las seis de la mañana en la planta de producción textil, por lo cual sale de casa unos diez minutos antes de las cinco de la mañana.
Todos los días, se levanta a las 3:30 prepara lo que llevará, es decir, ropa, aseo general de la casa, si hay algún alimento para almorzar, y dejar algo a los niños. Con un poco de cansancio rezagado limpia con afán el cuarto del conglomerado de espacios que comparten con otras familias. Es un terreno en el cual viven ocho familias.
La humilde casita tiene dos cuartos para Luis y su familia, nada más; el baño es compartido con los demás comensales, y la cocina se limita a un espacio pequeño en el pasillo central que divide las habitaciones, no hay para gas propano, por ello en el lugar se cocina con leña, la humazón por lo tanto se dispersa en todo el lugar.
El dinero escasea, y este trabajo la madre de Luis lo tiene desde hace cuatro meses, cuando la empresa despidió a un buen número de empleadas, por la afectación directa de la pandemia de COVID-19 que impactó económicamente a las empresas del país, negocios y pequeños comerciantes. La cuarentena ha dejado sin empleo a muchas personas al cierre casi del año, y otros más han debido replantear sus funciones y los emprendedores desarrollar estrategias creativas para sobrevivir. Las empresas como en la que trabaja la mamá de Luis, en manos de privados y extranjeros, no se complica y cada cierto tiempo estará moviendo sus empleadas, algo que no deja dormir tranquila a esta madre de familia.
La pobreza es un signo marcado en El Salvador, y la familia de Luisito no es la excepción, y él como hermano mayor ayuda en lo que puede a su madre, cuidando a sus hermanos, y ordenando o limpiando el hogar.
Todo el año espera con entusiasmo el fin de año, espera el mes de diciembre con mucha ansiedad y alegría, la Navidad transforma su vida, su tiempo se vuelve menos denso, y las emociones fluyen a medida la fecha principal se acerca. Sin embargo, a sus nueve años nunca ha recibido un regalo ni festividad por estas celebraciones, pero ello no le impide esperar como tal.
Luego de ver el calendario, hoy está tiloso por el hollín de la leña, Luis se alegra porque solo faltan unos cuantos días. Saluda a su madre, que saldrá dentro de poco al trabajo.
Ella da a Luisito, las mismas indicaciones de cada salida, no quisiera dejarlos solos, pero la necesidad de traer algo para sobrevivir, la lleva a tomar cualquier empleo que se presente, y el de la maquila no puede descuidarse, pues ha sido lo mejor en los últimos meses. Ha trabajado como empleada doméstica de forma temporal, vendiendo en la calle, en fin cualquier oficio que le permita un trabajo, hoy en la maquila, y solo espera que el recorte de personal en fin de año le afecte.
La comunidad donde residen está en la ladera de un cerro, carecen de los servicios básicos, pero les cobran casi $5 diarios por la “pieza”, la mujer para salir a la vía principal atraviesa literalmente la comunidad, y camina un buen tramo desde donde la deja el autobús para llegar al trabajo.
Cada madrugada que sale al trabajo, las penas y preocupaciones en su mente no se detienen en su mente, la atormentan; pero disimula frente a sus hijos, y en el trabajo se concentra en lo que tiene que hacer.
Luisito y sus hermanos siguen la rutina diaria, no pueden ir a la escuela, siempre por las condiciones de pobreza, y porque está muy lejos, él apenas y logró hacer hasta el segundo grado, pero lleva un año sin asistir. Cumplen las indicaciones de mamá, van a traer agua a un pozo cercano, y la guardan en dos guacales de plástico, verifican la comida para el desayuno y el almuerzo, las opciones no son muchas: un par de huevos, y una “cora” ($0.25 centavos) de pan francés, y para el almuerzo la olla de frijolitos negros que calientan, y la “cora” de tortillas que fiarán a la niña Marí.
- Hay que dar gracias por lo que tenemos hijo, dice mamá.
- Sí, responde Luisito. Sus ojos expresan emoción y mucho optimismo cada vez que se acercan a la Navidad.
Diciembre va corriendo, ya es fecha 19. Por lo menos, su madre ya sabe que no será despedida, pues sale de vacaciones el próximo 23, y retornará en enero, le han dicho en la administración de la maquila. “Una pena menos”, les comparte con alegría a sus hijos, en la tarde que llega a casa. La alegría de los chicos, es inmensa como que si hubiesen recibido un gran regalo. No era para menos, muchas familias quedaron sin ingresos en estos meses, y el fin de año no pinta mejor.
Está Navidad es totalmente diferente para los demás, los miedos, terror e incertidumbre han estado presentes en las personas, con lo de la pandemia. La familia de Luisito, hasta esto le es indiferente, pues no tienen acceso a medios de comunicación, menos dispositivos electrónicos, por tanto la tensión alrededor de lo que la mayoría de personas habla del virus mortal, no es igual en casa de Luisito. El virus no es la principal preocupación, sino sobrevivir a los demás problemas, mientras que Luisito la magia de la Navidad, es lo más hermoso.
Con sus hermanos, salieron a caminar un día antes de noche buena, llegaron cerca de la calle principal y encontraron un viejo árbol de Navidad, deteriorado que alguna familia desecho, y quedó a la orilla de la carretera. Luisito al verlo, se le alumbraron los ojos, y la mente comenzó a correr.
Entre los tres, y otros amiguitos llevaron el viejo árbol. Llegaron con él, al mesón y lo ubicaron en el patio central, en un bote de leche, sostenido con arena y piedra. El árbol literalmente llenó el espacio, y verde del mismo cobró un tono natural que conjugó con el lugar, los chicos durante todo el día, estuvieron jugando y celebrando la llega del árbol. Unos vecinos más compartieron chongas de regalo, flores, papel de color, y don Paco, el carpintero, ofreció una guía de luces, pero la carencia de energía eléctrica, no permitía iluminarlo, solo de día se disfrutaban los colores. Doña Juana, abuela de uno de los amiguitos de Luisito, ofreció un misterio de María, José y un lindo niño Dios, la mula y buey, y unas ovejitas. Así dedicaron el espacio a la navidad en este 2020.
Hoy Luisito y sus hermanos, se fueron a la cama, con la pancita caliente, y los abrazos de mamá, y los vecinos. La esperanza reinó en los corazones de todos, olvidaron la tristeza, el mal humor, la angustia, el dolor, compartieron lo poco que tenían.
Luis se fue a descansar. Volvió a soñar en grande en una nueva oportunidad. Dio gracias a Dios por las bendiciones, la comida que compartieron junto a los vecinos, los regalos que recibieron, las alegrías en fin. Comienza la cuenta regresiva para Navidad, pensó.
18 años después
Luisito cumplió 28 años el pasado mes de octubre. Ahora vive en Estados Unidos, migró en su adolescencia, y está celebrando que este año le dieron la ciudadanía, por lo tanto podrá venir a El Salvador.
La emoción no cabe en su pecho, y su corazón salta y palpita con celeridad. Vive con sus hermanos, pero ellos aún están en proceso de arreglar su estatus migratorio, su madre quedó en el país. La comunidad, y en especial el mesón en el que vivieron y crecieron, ahora cuenta con casitas dignas, tienen los servicios básicos, y todo ha corrido con el apoyo de Luisito, y otras personas, que integran el “comité” que hace llegar ayuda permanente a estas familias.
Luis llegará en la víspera de Navidad, está contento porque logró reunir muchos regalos y juguetes, y llegarán una semana antes que él, a El Salvador para entregarlos a su gente.
El día se llegó, la fiesta está lista. Luis, recuerda la Navidad aquella en la que encontraron el árbol en la calle, y que cambió las fiestas de aquel año.
Está contento, los niños y niñas han sonreído, las familias compartieron el pollo en salsa, arroz y ensalada, y las golosinas. Luisito está contento por darle Dios está nueva oportunidad.
Por: Iván Escobar
San Salvador, diciembre 2020.-